Notas

“Legado de Gloria” por Guillermo Cichello

Psicoanalista y escritor residente en Carpintería

06/07/2025 - 11:15 hs.

A Irene María Raffa y Ana María Raffa

Hay un lugar desde donde vuelven las cosas olvidadas. Desde ahí habrá vuelto un añoso cuaderno Gloria que ahora tengo en mis manos. Su tapa roja deja flamear la banderita celeste y blanca a un costado, a la que le han dibujado un sol con lapicera. Distingo ahí nomás la trabajosa letra de mi hermano que nombra a mi viejo, encabezando un “Mario 1974”. Al pie se lee: Industria Argentina, 24 hojas.
Es, como digo, un lejano objeto olvidado que reconozco de inmediato, como esas cosas entrañables que se han apartado un día no sé cómo de nuestra vida cotidiana y de pronto vuelven triunfantes por lo suyo. No me haría falta abrirlo para saber lo que guarda porque ya lo estoy cantando. Es la memoria musical que me compone, que vive en mí como viven aquellas íntimas notas que ya no requieren que uno las recupere gracias a un cuaderno, porque esas melodías vienen entonando solas en algún lugar del cuerpo desde aquel entonces. Pero, aun así, recobrar este librito ajado con la letra manuscrita, prolija y elegante, de mi madre, tiene algo de modesto milagro. Es el sonido familiar de mi infancia, pero además es la música de muchas generaciones que las han creado y cantado en este país. Gloria de la Industria Argentina, bien dice el cuaderno.
Si existe ese lugar desde donde vuelven las cosas olvidadas, hay otro que seguramente será muy vecino, donde las cosas suceden permanentemente, sin pasado ni olvido ni desgaste, acaso el eterno presente donde San Agustín encontraba la naturaleza de Dios. Allí veo ahora a mi viejo abrir la página del cuaderno, izar la guitarra hasta poner el mástil casi junto a su cabeza y cantar Sapo cancionero . Alguien toca el bombo –tal vez mi hermano, capaz que yo-, mi tía acompaña y todos nos afligimos con la dulce letanía del tenor de los charcos, del grotesco trovero que está embrujado de amor por la luna.
Tito ahora se afloja el botón de la camisa y se baja un poco el nudo tan bien hecho de su corbata. Grave, serio, ya encontró la letra en el cuaderno y está dejando correr nomás unos compases valseados para volver a cantar Por qué se llama ausencia con ese dramatismo de siempre que siempre nos conmueve: Eterna es la distancia, eterno es el camino, eterno es el regreso y eterno es mi destino de sentir y quererte, de soñarte conmigo, de llegar y tenerte y morirme contigo.
Y entonces aparecés vos, amor mío de la infancia –es decir, de toda la vida-, con la guitarra enorme para tus brazos, cantando con esa voz que apenitas le ha ganado a la vergüenza, La vestido celeste , y yo siento que son míos esos versos, que también querría decir si con suerte venciera mis pudores, que es de miel el besar de mi correntina, que sus labios de fuego son, porque es sencilla y lozana la guaina hermosa que ha robado mi corazón.
Mi madre se emociona en este momento. Había creído que no íbamos a cantar su zamba, pero cómo no íbamos a cantarla, querida vieja, si también nosotros nos compadecemos de aquel que le ruega a la dueña de su alma que se acerque a la reja, su luna cautiva que lo besa y se va. La zamba fluye con lentitud morosa porque de nuevo está de vuelta, igual que la calandria que azota el vendaval, que tuvo que hacer un alto por un toro mañero, pero aquí está ahora, ante nosotros que la escuchamos y la cantamos conmovidos.
Tal vez no ha de ser la nostalgia la que escribe estas líneas porque no hay que lamentar ningún pasado perdido sin remedio. Esas voces fueron luego entremezclándose con las mías hasta no saber diferenciarlas, y aquellos ademanes perviven todavía en los movimientos involuntarios de mi cuerpo, como late hoy la alegría del cantar, entre pudores y miradas que se cruzan para siempre.
Este recobrado cuaderno es un vestigio sólido y leve a la vez de un tiempo fundante, de esa memoria musical que me constituyó, como a tantos compatriotas, tramada con evocaciones de gente querida que se reunía por las noches con sencillez y amor, vino mediante, sin alarde ni pretensión mayor, a hacer la música de la tierra en la que habían nacido, vivían e irían a morir.

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