Notas
“Usos del arte en la historia de la Patria”
Texto de "cultura/historia argentina" por el psicoanalista y escritor Guillermo Cichello
13/09/2024 - 16:32 hs.
Guillermo Cichello vive en Carpinteria, es psicoanalista y escritor. Publicó los libros “Función del dinero en psicoanálisis” (Letra Viva, 2010) y “Textos dispersos-de política, psicoanálisis y literatura”- (Linterna, 2013). Escribió colaboraciones para el diario Página/12, Rosario/12 y para otros medios argentinos, latinoamericanos y de España. En el mes de noviembre coordinará un conversatorio sobre la tradición y la literatura gauchesca en Sacha Libros, Merlo.
A partir de su participación en un recital de Juan Falú realizado en febrero de este año en San Javier, en el que Cichello sintió la experiencia de un público “estremecido cerca de las dos horas y pico de concierto, en el que resonó la marca identitaria creadora de un nosotros” , el psicoanalista escribió este texto “Uso del arte en la historia de la patria”:
“Antes de que la gran maquinaria mercantil degradara el ejercicio de las artes a formas que hoy son tan habituales, antes de que la llamada “industria del entretenimiento” pariera esa estética uniforme y despolitizada, con su aturdimiento frívolo y violento sin historia ni territorio, el acto artístico solía templar cuerdas íntimas y genuinas de una comunidad que alcanzaban funciones de sereno amparo, de marca identitaria que crea un nosotros, incluso el valor insigne de un arma que se empuña ante el enemigo. Afortunadamente, esa industria y esa estética no abarcan todas las expresiones artísticas del presente.
Para explicarme, quiero referir un par de hechos invocando nuestra historia, y un tercero, reciente, vital, esperanzador.
I) Estamos en la madrugada del 17 de setiembre de 1861. Se está por desplegar ese acontecimiento tan grave y decisivo en la historia de la Patria, nudo trágico de arrojos y traiciones donde se van a enfrentar las tropas nacionales de la Confederación con las secesionistas de Buenos Aires.
Está por ocurrir la batalla de Pavón.
“Los ejércitos estaban desplegados cubriendo la explanada del arroyo de Pavón. El general Juan Saá recorría a paso de caballo la línea de batalla, dando órdenes momentos antes de lanzarse al combate y recomendando a los jefes el comportamiento que debían guardar. Cuando llega donde estaba el coronel Ayala; le dice: ‘A vos, negro, no tengo nada que decirte: demasiado sé de lo que sos capaz’. Fue tal mi satisfacción –nos decía como treinta años después- que, si hubiera de haber peleado como un león, ese día peleé como un tigre. Inmediatamente que pasó el general –nos narraba el mismo Ayala- se presentó un cabo diciendo que un soldado de ese regimiento solicitaba que, antes de entrar en batalla, la banda tocara la cueca puntana para bailarla al frente de esos porteños compadrones. Así lo solicité por medio de mi ayudante y el general, en su gran bondad, accedió. ‘¿Y se bailó?’ -pregunté. Claro que sí y ese soldado fue un muchachito de Chosmes, llamado Paulo Ojeda. ¡Y viera, doctor, qué entusiasmo nos despertó! Casi nos lanzamos sobre el enemigo antes que el general llamara al trompa de órdenes” (1).
La danza entonces como proyectil o como broquel, el cuerpo en la cueca como chispa que enardece los ánimos cuyanos. ¡Miren, porteños compadrones! ¡esto somos!
II) En mayo de 1810, Montevideo desconoció la autoridad del Cabildo revolucionario de Buenos Aires y mantuvo su obediencia al Consejo de Regencia de España e Indias. En esa ciudad amurallada de la Banda Oriental, el virrey Francisco Javier de Elío replegó las fuerzas realistas y estableció la nueva capital del Virreinato. Las tropas revolucionarias criollas sitiaron Montevideo en mayo de 1811, bloqueo que se prolongó reciamente por seis meses.
Nos llega el relato del hijo de un funcionario español, Francisco Acuña de Figueroa, describiendo lo que observa sentado sobre los muros asediados: “Solían lo sitiadores acercarse a las murallas, tendidos detrás de la contraescarpa a gritar improperios o a cantar versos. Otras veces eran las famosas mujeres-dragones, como la muy celebrada ‘Victoria la cantora’, que solía algunas noches acercarse detrás de la contraescarpa a cantar con guitarra”. Según cuenta Ángel Rama, esa poesía popular que no se distinguía justamente por su delicadeza, utilizaba los metros de la décima o del cielito acompañándose con las seis cuerdas. “Inventaba el sarcasmo, el insulto, la grosería para perpetrárselos al enemigo de un modo que será consustancialmente nacional” (2). En ese amasijo de versos criollos, en ese paso al arte de las voces rurales, Bartolomé Hidalgo encontró las hebras para tejer y fundar, así, la literatura gauchesca.
Revolear cielitos, artillar guitarras, rebuscar en los entresijos más hondos del acervo popular hasta empuñar firmes versos y arrojárselos a los chapetones imperiales.
III) En una noche de febrero de este año, el maestro Juan Falú se presentó en San Javier, provincia de Córdoba. Tal vez muchos concurrimos con una sensibilidad especial, tras la derrota política de noviembre y el arribo al poder de alguien cuyo nombre no vale la pena, como tan asegurado está su sitio de vergüenza en la historia nacional. El lugar era grato y cercano; la noche, íntima. El silencio, la penumbra y la guitarra abrieron un “Bando”, una composición inspirada en la proclama que el general San Martín dirigió al Ejército de los Andes antes de su gesta heroica. “…En coraje, bayonetas del cansancio, cruzaremos de algún modo, en pelotas como sea, como los antepasados, como el indio maltratado, mejor libres, nunca esclavos…”. Con la emoción instalada en el aplauso, Juan levantó la copa de vino y preguntó por qué brindábamos, alguien dijo “por la Patria”, otro dijo “que no se vende”. A la salud, siguieron zambas, chacareras, gatos… y tras los relatos que aludieron al aciago presente asomó la esperanza, esa misteriosa y compleja urdimbre tramada en el fondo de la historia nacional por las proezas de las que fuimos capaces y que todavía laten vivas y pulsan en lo más entrañable de nosotros. Estábamos todos muy estremecidos cerca de las dos horas y pico de concierto. Eso se respiraba. Juan ensayó una conclusión que hoy, a la distancia, puedo reponerla más o menos así: lo que ustedes sienten no nace de la experiencia de escucharme a mí, sino que en esta música resuena la memoria de cada uno y la de todos, la evocación de la infancia, los mojones de la Patria.
Tengo para mí que en estos momentos -tan escasos, tan preciosos-, el arte vuelve por sus fueros. Entonces, el cuerpo de Ojeda repite su cueca fervorosa entre los nuestros para los porteños compadrones, Victoria la cantora artilla su guitarra y lanza sus versos contra los invasores imperiales, Hidalgo, sus cielitos contra reyes y tiranos, y en esos trances nos descubrimos cantando los viejos y genuinos rezos de la infancia y de la Patria por venir.
PROVINCIA DE SAN LUIS, SEPTIEMBRE DE 2024
NOTAS
1) Javier Bautista, La danza, los cuerpos y la cueca, geopoética del baile. Quo Vadis ediciones (2021) citando un fragmento de Hipólito Saá de San Luis y la batalla de Pavón.
2) Ángel Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses, pags. 67/68 editorial Calicanto (1976)
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